miércoles, 28 de diciembre de 2011

Mix

En el siglo XVIII se recargaban los peinados muy exageradamente, por lo que algunas señoras iban con peinados que medían hasta 75 centímetros de altura.
Era tal el furor de esta moda entre las damas de alta alcurnia que no hubo más remedio que subir los marcos de las puertas en muchos palacios, para que pudieran pasar sin tener que hacer contorsiones, los asientos de sus carruajes se tuvieron que bajar porque las señoras no podían entrar a los mismos, las camas se hacían especiales porque no cabían dentro y en la Ópera de París hubo que dictaminar una extraña reglamentación a toda prisa en la que se decía que las señoras que lucieran peinados sólo podían acceder a un palco, en cualquier otro sitio tenían vetada la entrada, aunque pagaran su localidad, ya que impedían la visión de los demás espectadores.

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Willis Haviland Carrier terminaba sus estudios de ingeniero en la Universidad de Cornell tras haberse sobrepuesto a los problemas que tenía de niño con las matemáticas. A base de esfuerzo, supo superarse y finalmente terminar su carrera, y vaya que si se superó.

En 1902, un año después de salir de la Universidad, la compañía litográfica y de publicidad Stackett-Willhelms confió en el joven Carrier y le hizo una propuesta de trabajo, quizá aquello que se le da al novato porque no tiene solución. Y es que en su empresa las máquinas daban mucho calor y se necesitaba que el ingeniero inventara algún tipo de sistema de ventilación que rebajara la temperatura o los obreros llegaban al desmayo.

Carrier le estuvo dando vueltas al problema y al final inscribió la patente 808897, después de un laborioso estudio, todo ello pagado con un modesto salario que le daba Stackett-Willhelms de 10 dólares al mes. A la empresa le funcionó muy bien el sistema del joven ingeniero, y es que Carrier no lo sabía pero acababa de pasar a la historia porque acaba de inventar el aire acondicionado.

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Cuenta el prestigioso economista John Maynard Keynes, en su libro “Las consecuencias económicas de la paz”, que tras la I Guerra Mundial habiendo pedido un café en un bar de Berlín, el camarero se lo llevó junto con la cuenta. Keynes esperó a acabar de leer el periódico y de tomarse el café para pagar, pero, cuál fue su sorpresa al ver que, cinco minutos más tarde, el camarero se llevaba la cuenta y le traía otra. Pocos minutos después el camarero volvió a cambiar la cuenta y, finalmente, después de que el camarero le cambiara la cuenta varias veces, Keynes le preguntó qué estaba haciendo. Y el camarero le respondió: “Lo siento señor, pero el precio del café sube constantemente y si usted no me lo paga al momento, tengo que cambiar la cuenta tantas veces como haga falta”. La inflación era tan galopante que encarecía el café antes de que se enfriara. También cuenta Keynes en su libro cómo un día vio a un hombre robar una cesta de paja llena de dinero que había a la puerta de una casa. El señor tiró todo el dinero al suelo y huyó con la cesta bajo el brazo.

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Fue a finales de los años 60 cuando los trabajadores de los laboratorios Bell de AT&T Douglas McLlory, Victor Vysottsky y Robert Morris idearon un pequeño juego al que llamaron, haciendo referencia a la memoria del ordenador, Core War. Este pequeño pasatiempo, que más adelante se consideraría la primera referencia al virus informático, consistía en que sus dos jugadores debían escribir cada uno un programa, llamado organismo, cuyo hábitat fuera la memoria del ordenador.

Tras una señal, cada programa debía intentar forzar el de su contrincante y efectuar una instrucción inválida, ganando el primero que lo consiguiera.

El creador del primer software malintencionado tenía sólo 15 años, en 1982, cuando decidió autocopiar los disquetes de sus amigos en su ordenador Apple II sin la autorización de éstos. El joven, que ya era conocido por alterar el funcionamiento de diversos programas insertando pequeños poemas en ellos, consiguió hacerlo, esta vez, sin tocar directamente el ordenador de sus víctimas.

El resultado de este primer programa dañino fue, pues, la visualización de este pequeño poema cada 50 veces que se encendía el PC:

Elk Cloner: The program with a personality
It will get on all your disks
It will infiltrate your chips
Yes it's Cloner!

Los virus informáticos más famosos de estos últimos 20 años han sido más de los que nos gustarían. En el '88, por ejemplo, se creó Jerusalem, un malware que se instalaba en el ordenador y borraba todos los archivos cada viernes 13.

Mucho recordarán todavía el conocido 'ILoveYou', un correo electrónico que se movía por Internet como pez en el agua afectando a millones de ordenadores durante el año 2000... ¡Incluso llegó al Pentágono!

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En lugar de hacerse rico como algunos de los otros once compañeros que pisaron la Luna, Neil Armstrong se retiró a dar clase en la Universidad de Cincinatti y no ha querido saber nada de la fama. Al principio se pasaba hasta dos horas diarias firmando autógrafos a los alumnos, pero luego se cerró al exterior hasta el punto de haber concedido únicamente dos entrevistas de TV en estos más de 40 años.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mix

En 2003, durante el transcurso de la Guerra de Irak, el gobierno de los Estados Unidos, presidido en aquel momento por George W. Bush, mandó 43 gallinas al batallón de marines instalados en Kuwait y desplegados allí desde la Guerra del Golfo en 1991.

Las gallinas iban cómo detectoras de elementos químicos en en campo de batalla, ya que estos animales son más sensibles a la hora de detectar armas químicas y, en caso de una fuga, éstas comenzarían a enfermar repentinamente, hecho que haría de aviso a los soldados.

Se le llamó Operación KFC (Operación Gallina de Campo Kuwaití). Casualmente las siglas KFC coinciden con las de la famosa cadena de restaurantes de pollo frito “Kentucky Fried Chicken”.

Nada más llegar a Kuwait, 41 de las 43 gallinas enfermaron y murieron por causas desconocidas y que nada tuvieron que ver con las posibles armas químicas.

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A un empleado de la compañía 3M, Spencer Silver, le encargaron la obtención de algún nuevo tipo de pegamento extrafuerte que consiguiera abrirse hueco en la industria. Tras multitud de experimentos y jornadas de trabajo, lo que el creía que sería capaz de pegar cualquier cosa era algo muy distinto que le dejó decepcionado.

Resulta que en lugar de eso obtuvo un adhesivo que no era capaz de secarse nunca y que encima era tan débil que como mucho mantenía unidas dos hojas de papel, era incapaz de nada más. Archivó aquella sustancia que de poco servía.

Cinco años después, según cuenta “Readers Digest”, un compañero de trabajo, Art Fry, aplicó aquel invento olvidado para ponerlo en unas hojitas separadoras de un libro de cánticos religiosos que tenía. Acababa de inventar los famosos Post-it que varios años después serían un enorme éxito comercial.

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Cuando hace unas semanas  el nuevo gabinete de gobierno de Dinamarca se presentó ante la reina Margarita II, el ministro de desarrollo entrante quiso dejar sentadas sus credenciales ecologistas, al llegar hasta el palacio en un diminuto vehículo eléctrico de tres ruedas. El momento fotográfico fue una demostración elocuente acerca de su compromiso con el medioambiente... pero probablemente no la que el ministro pretendía dar.

La autonomía del vehículo eléctrico de Christian Friis Bach era insuficiente para recorrer los 30 kilómetros que separan su casa del palacio. Así que el ministro puso el miniauto eléctrico en un remolque para caballos y durante tres cuartas partes del trayecto lo llevó a la rastra con su Citroën con motor a gasolina; sólo volvió a usar el miniauto cuando las cámaras de televisión estuvieron cerca. La exhibición produjo más emisiones de dióxido de carbono que si el ministro hubiera dejado en casa el auto eléctrico y el remolque y hubiera empleado un auto común y corriente para todo el recorrido.

Por desgracia, no es una anécdota aislada. En 2006, mientras el laborismo gobernaba el Reino Unido, el líder del Partido Conservador, David Cameron, llamó la atención por querer darse credenciales de ecologista yendo al trabajo en bicicleta; pero el ardid se vino abajo cuando se descubrió que su maletín viajaba detrás de él en automóvil. 

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F. Moreno:

Durante la administración de la India colonial, los funcionarios británicos allí destinados intentaron erradicar el número de cobras debido a las numerosas muertes que provocaban entre la población. Sabido es que el veneno de este reptil, una neurotoxina, tiene un efecto paralizante y letal sobre el sistema nervioso. Dicha serpiente se le trata allí todavía hoy con respeto cuasi-religioso y rara vez se le da muerte.

Es comprensible que los antiguos administradores de la India desearan cambiar dicho estado de cosas. Por tanto, decretaron que todo aquél que matara y presentara el cuerpo del reptil se le recompensaría con una cantidad de dinero. Con ello se pretendió acabar con el problema.

La realidad fue que un buen número de indios comenzó a criar cobras a destajo para obtener beneficios. Cuando las autoridades británicas descubrieron el pastel, cancelaron las recompensas. Los criadores se vieron repentinamente sin su fuente de ingresos y, en consecuencia, soltaron las serpientes porque ya no les resultaban útiles. El balance final de aquella medida humanitaria de los bienintencionados burócratas fue negativo. Hubo un aumento espectacular de la población salvaje de cobras.

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La barcelonesa Portal de l’Angel ha conseguido relevar a la eterna calle Preciados, siendo la calle más cara de España, con una renta de 3.120€/m²/año. Además, esta barcelonesa calle ocupa el puesto 13º en el ranking mundial.

Siguiéndole se encuentra la calle Preciados de Madrid con alquileres medios de 2880€/m²/año. Como ya decíamos, ha sufrido un descenso respecto al año pasado cuando se trataba del eje comercial más caro de España y que ocupaba la duodécima posición respecto al ranking de las ciudades del mundo donde es más caro alquilar.

En tercer lugar, y no por ello mucho más barato, escala posiciones la calle Serrano, tanto a nivel de vivienda en compra y alquileres en Madrid, como en lo referente a metros comerciales para tiendas, boutiques, etc. Los alquileres comerciales rondan los 2580 €/m²/año, encontrándonos instaladas en esa prestigiosa calle marcas como Loewe o Camper.